Oriol tuvo un accidente hace un mes.
Un conductor le atropelló junto a las Torres de Serranos, en Valencia.
Fue sin querer.
El conductor no tuvo la culpa.
Oriol tenía un poco más de culpa, pues caminaba más rápido de cuanto debía.
O no.
O simplemente seguía su camino tan convencido que ni se dio cuenta de que debía mirar a ambos lados.
Estaba seguro de estar siguiendo bien el camino.
Y por eso avanzaba.
El accidente fue sin querer.
El conductor no tuvo tiempo de reaccionar.
Y, sin querer, hizo daño a Oriol.
Mucho daño.
Un daño que, sin embargo, no le impedía moverse.
Pero sí sentir.
Le dolía todo, pero nada le marcaba exteriormente.
Y sabía que el conductor no había tenido la culpa.
De hecho, el conductor y Oriol se están haciendo amigos.
Porque el conductor fue sincero en su declaración, y Oriol le creyó cuanto dijo.
Y porque Oriol sabe que no tuvo la culpa.
Ninguno de los dos tuvo la culpa.
Los dos son buenas personas, a pesar de los accidentes.
Los accidentes nunca son buenos.
Y siempre se han de olvidar.
O al menos intentarlo.
Porque tarde o temprano dejan de doler los golpes.
Más tarde que temprano, sin embargo.
El duque de Kiddo. 12 de noviembre de 2007.
miércoles, 4 de febrero de 2009
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